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martes, 1 de marzo de 2011

No. 49. Terrible Sátira de Bacon a Velázquez. Dos pontífices parodiados.

Obra 1.



Título: Retrato del Papa Inocencio X.
Autor: Diego de Silva y Velázquez (Español. n. Sevilla, 1590; m. Madrid, 1660).
Fecha de composición: 1650.
Dimensiones: 139 x 115 cm.
Lugar de Residencia: Galleria Doria-Pamphili, Roma.


Obra 2.
Título: Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Velázquez.
Autor: Francis Bacon (Inglés. n. Dublín, 1909; m. Madrid, 1992).
Fecha de composición: 1953.
Dimensiones: 153 x 118 cm.
Lugar de Residencia: Des Moines Art Center, Iowa.

Queridos amigos:

Hoy tenemos un envío especial, porque no es una obra la que les ofrezco, sino dos. Dos obras que están estrechamente relacionadas; una es sátira de la otra. Se trata del
Retrato del Papa Inocencio X, de Diego Velázquez, pintado en 1650, y del Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Valázquez, de Francis Bacon, obra creada en 1953. El título en inglés de esta segunda obra evitará cualquier confusión: Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X.

Más de trescientos años separan estas creaciones. No son simples retratos de un mismo Papa, sino narrativas detalladas de dos épocas: el barroco del XVII y la posmodernidad de nuestros días. Se trata de un pintor español (quizá el artista más universal que ha dado la península ibérica) y de un pintor inglés obsesionado por la distorsión (homónimo del gran filósofo inglés y del personaje principal de la novela
“En busca de Klingsor”, de Volpi). El barroco fue la era de la razón; el siglo XX constituye la apoteosis de la destrucción y de la muerte. El cuadro de Velázquez es una obra maestra del retrato; la pintura de Bacon es una obra maestra de la sátira. ¿Qué nos expresan estos dos cuadros? Aquí el Papa es lo de menos (podría ser cualquier pontífice): realidad y parodia, o tal vez razón y locura, o equilibrio y desorden, belleza y fealdad, majestad y vileza, libertad (fe) y esclavitud (fanatismo); o quizá el orden universal contrapuesto al caos; o la vida y la muerte. No sé.





Y si la cuestión de la identidad del pontífice realmente fuera importante, ¿no se tratará de Pío XII (1953)? Hagan zoom-in en el rostro del papa de Bacon. ¿No parece que la figura usa anteojos? Si esto es cierto, entonces la alusión al papa Pacelli es directa. No dudo que en el Vaticano se hayan expresado palabras de desaprobación ante la obra del artista inglés, dada la mala reputación del pontífice romano (que dicha reputación hubiese sido justa o injusta es una cuestión que yo no puedo juzgar). Es necesario decir que a ambos papas les tocaron tiempos violentos: a Inocencio la Guerra de los Treinta años (tremendo conflicto religioso de envergadura internacional), a Pío la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de los dos jerarcas salió bien parado de semejantes conflagraciones. Pero no es mi deseo comentar sobre las controvertidas vidas de estos dos jefes de la Santa Iglesia Católica Romana (especialmente la del segundo). Digamos que uno de ellos tenía la vocación del arte, cosa común –gracias a Dios– entre los papas del renacimiento y del barroco, y un sincero afán para combatir la herejía; y que el otro no pudo ver con claridad el genocidio de los nazis (o tal vez sí lo vio, pero la prudencia le prescribió no actuar enérgicamente para no empeorar las cosas; vaya, lo que quiero decir es que no es fácil para nadie, ni siquiera para el Vicario de Cristo, vérselas con nazis, comunistas y fascistas).

Pero volvamos a los cuadros.

El papa de Velázquez es una obra de la más alta calidad artística, producto de una técnica perfecta y de un dominio total del arte. La mirada majestuosa del pontífice (quien, por cierto, se parece al actor norteamericano Gene Hackman) no nos remite a un siervo de Cristo, sino a un príncipe en toda la extensión de la palabra. La dignidad y nobleza del personaje están fuera de toda duda. En la mano sostiene un papel. Quizá es una alusión a la condena que poco tiempo después (1653) Inocencio formularía en contra de los jansenistas. En todo caso, en la mano tiene el poder de decir qué compagina con Cristo (ortodoxia) y qué discrepa (herejía).

Sus ropajes rojo y blanco, ciertamente comunes en los altos prelados, podrían aludir muy sutilmente a la ruptura del cristianismo. La mirada de Inocencio es severa, escrutadora, llena de virilidad y gallardía. ¿Es la Iglesia que ha resuelto mantenerse fiel a sí misma y no ceder un ápice ante los protestantes, a pesar de que ello implique la destrucción de la cristiandad? El rojo es sangre, el blanco pureza. ¿De qué color es la Iglesia de Cristo? ¿O acaso el pontífice se ve obligado a intervenir en los asuntos mundanos, de tal suerte que a veces es necesario mancharse las manos, situación que debe ser purgada o purificada de inmediato? La entrega pasada Caravaggio nos mostró un Cristo desnudo y flagelado, humillado e indigente. Ahora vemos a su representante como poderoso monarca. Pero, ¿cuál es la esencia del cristianismo?




El papa de Bacon es un fantasma con aspecto de cadáver. No parece estar sentado a sus anchas como el papa de Velázquez, sino más bien parece estar aprisionado por una estrambótica estructura tubular. Es la imagen que transmite el horror del ejecutado en la silla eléctrica. ¿O será una alusión a la mujer del Apocalipsis, aquella que viste de púrpura y monta a la bestia? No quiero ni pensar en la interpretación protestante radical de ese pasaje bíblico, que para muchos católicos sería una monstruosa blasfemia. En fin, la sátira es la forma más característica del arte de nuestros tiempos. ¿Por qué? Ya que la sátira pone sobre la mesa la violación del orden moral, y toda vez que se sirve de la hipérbole en su discurso narrativo, el resultado es lo grotesco. Si examinamos el arte del siglo XX comprenderemos por qué es a veces tan deprimente y crudo. El material que nos ofrece el totalitarismo y la destrucción de la guerra como hechos que violentan el orden moral es de lo más adecuado para romper las formas bellas y transformarlas en lo ridículo y en lo grotesco. La sátira es el exceso, y todo exceso rompe la armonía. La ausencia de armonía es lo que yo llamo fealdad. Por eso Bacon no sólo parodia al papa y a Velázquez, sino que describe nuestros tiempos.

Tenemos, pues, dos visiones de un mismo objeto. Sé que se trata de dos obras distintas, pertenecientes a diversos períodos, y por tanto no susceptibles de ser comparadas; aún así, yo me quedo con Velázquez. De cualquier forma, Bacon dio lugar a comparaciones. Sabía muy bien lo que hacía, y tomó el riesgo.

Disfruten estas espléndidas obras y reciban un afectuoso saludo.


Saludos a todos.
VenuS ReX

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