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martes, 29 de marzo de 2011

No. 53 Voyeurismo puro. Degas nos enseña a observar por la cerradura.


Título: Mujer secándose después del baño.

Autor: Hilaire-Germain-Edgar Degas (francés. n. París, 1834; m. París, 1917)
Fecha de composición: 1888.
Dimensiones: 104 x 98 cm.
Técnica: Pastel sobre piezas de papel montadas en cartón.
Residencia: National Gallery, Londres.

 

Queridos amigos:

El desnudo, proscrito y desaparecido en la edad media, surgió con nuevos bríos en el renacimiento y se consolidó como uno de los géneros preferidos de los pintores. Raro el maestro que no lo cultivó. En este sentido, los desnudos de Degas no deberían suponer ninguna novedad. Pero si los comparamos con los de Rembrandt, Rubens, Velázquez o Goya, por mencionar algunos nombres, nos daremos cuenta que Degas está adoptando el rol de voyeur
. En efecto, tradicionalmente los desnudos solían posar para el maestro. Pensemos en algunos cuadros que les he enviado: Lady Godiva, de Collier; La Maja Desnuda, de Goya; La Magdalena de Lefebvre; Meditación sobre la Historia de Italia, de Hayez; la Venus de Velázquez; la Venus de Cabanel; o Venus y Marte de Botticelli. En todas estas maravillosas obras el modelo está posando para el maestro. La Bañista de Ingres supone una excepción, y cuando comenté dicho cuadro me referí a su carácter voyeurista. Pero Degas se lleva el “premio al voyeur” del siglo XIX.

Lady Godiva
Magdalena


Nacimiento de Venus
Maja Desnuda

Venus y Marte


Meditaciones sobre la Historia de Italia

Bañista

 “Uno ve lo que desea ver”, decía el maestro francés. Y no sin una buena dosis de ironía añadía: “hasta ahora el desnudo se había presentado siempre en posturas que presuponen un público, pero mis mujeres son gente honesta y sencilla... Es como si miraras por el ojo de la cerradura.” ¡Por el ojo de la cerradura! La observación pública es la antítesis del voyeurismo; el verdadero voyeur, como Degas, es discreto, imperceptible, invisible, y en ello reside su deleite. Por estas razones, sus desnudos son especialmente voluptuosos y apreciados [y aquí “voluptuoso” no quiere decir “lleno de bolas y curvas por doquier”, según el uso vulgar y degenerado de esta palabra; sino “sensualidad sublimada”, o sea, erotismo]. Degas nos hace a todos partícipes de estas delicias, aunque, ¡vaya paradoja!, no nos quede más remedio que ver sus obras en exhibiciones públicas.

Publico tres bellísimos ejemplos de esta indescriptible sensualidad: Mujer secándose después del baño, de 1888, como cuadro principal, y, como encoreLa tina y Mujer secándose los pies, ambos de 1886.




Por cierto, Degas estudió Derecho. ¡Qué bueno que no se lo tomó en serio! Otro día les platicaré un poco sobre grandes artistas que también fueron abogados.

Reciban todos un fuerte y caluroso abrazo.

VENUS ReX






martes, 22 de marzo de 2011

No. 52 Alegoría de la Primavera. Erotismo, Mitología y Botánica. Genial!


Estimados amigos:

Ha llegado La Primavera y con ella se renueva el ciclo de la vida. ¡Qué mejor ocasión para presentarles la célebre Alegoría de Sandro Botticelli!
Esta obra, encargada por Lorenzo El Magnífico, se encuentra en Florencia, en los Uffizi. Mide 203 cm x 314 cm y data de 1482. Sin duda, una de las obras cumbre del Quattrocento florentino.



Veamos el significado de los personajes. De izquierda a derecha:

Mercurio, el dios Mensajero (extrema izquierda), viste túnica roja. En la mano derecha lleva un bastón con el que ahuyenta las amenazantes nubes. La figura fue creada siguiendo la escultura del Verrocchio (1465) que representa a David.






Enseguida, las Tres Gracias. Visten diáfanas ropas que revelan su desnudez. Llevan las manos entrelazadas y danzan en forma circular. Representan el amor, la libertad y la cultura. Simbolizan el regalo de la vida, la donación de la vida, su recibimiento y su restitución. Tal circularidad crea una dialéctica del amor y de la alegría, siguiendo los esquemas neoplatónicos de Marsilio Ficino (otro genial toscano).



Cupido (arriba, al centro) vuela sobre Venus, y con su arco está a punto de arrojar una flecha para herir de amor a una de las Tres Gracias. Cupido representa la concupiscencia en su más inocente aspecto.

La magnífica Venus se encuentra justo en el centro del cuadro. En verdad el amor que ella representa es el motor de la vida. Toda la composición gira en torno a ella, como la vida entera gira en torno al amor.



A continuación encontramos a Primavera (también llamada Flora) cubierta de flores y encinta. Ella misma va arrojando flores por doquier, regalando vida. Simboliza la generación.



Finalmente vemos a la ninfa Clori, acosada por Zéfiro, el viento de marzo, que pretende sorprenderla para unirse carnalmente a ella. La inocencia de la ninfa esconde una vital voluptuosidad y una deliciosa coquetería. Ella finge sorpresa, pero en realidad desfallece de deseo; ardientes anhelos la consumen. El frío viento de marzo se doblegará ante los placeres de la primavera y se transformará en cálido aliento conforme avancen los meses y el amor se consolide en su trono.

Y por si todo esto fuera poco, ¡en la pintura aparecen cerca de 500 especies de plantas!, de las cuales 190 son especies de flores. Todas ellas se dan en la Toscana durante marzo, abril y mayo. Se ha dicho con razón que el cuadro contiene un compendio valiosísimo de botánica florentina. Genial.

¡Qué más les puedo decir! Con este maravilloso cuadro uno se llena del espíritu de la primavera. Disfrútenlo. Y sí, efectivamente, la primavera tiene algo que incita a todos los humanos al placer. Hay que tener cuidado en estos meses.

Hasta la próxima.

Los espero en el Barcelona.



VENUS ReX

miércoles, 16 de marzo de 2011

No. 51 La no-pipa de Magritte frente al realismo de Richter. Dos grandes del siglo XX.

Título: Ema – Akt auf einer Treppe (Ema – Desnudo en una escalera).



Autor: Gerhard Richter (alemán. n. Waltersdorf, 1932)
Fecha de composición: 1966.
Dimensiones: 200 x 130 cm.
Técnica: Óleo sobre tela.
Residencia: Museum Ludwig, Colonia.

 
Estimados amigos:

¿Qué tal lo pasaron con Magritte y la famosa pipa? Pues claro que no era una pipa, sino la
representación de una pipa. Un muy querido amigo me escribió: “no es un pipa, porque no la puedes agarrar y fumártela”. Y tiene toda la razón. Se trata, en todo caso, de la representación de una pipa, cosa muy distinta que una pipa. 
He ahí el giro copernicano: el arte no tenía por qué ser representativo; es más, el arte iba a romper con la representación, y de una manera por demás violenta.

Schopenhauer
Esto me recuerda a Schopenhauer: “El mundo como voluntad y representación”. No es que el mundo objetivo exista allá afuera; es la voluntad quien se lo crea. Y así, en el siglo XX cualquier cosa puede ser arte, siempre que así lo quiera el artista; se trata de un acto de voluntad, más que de técnica o de creatividad. Por eso –y aquí abundan los abusos y las malas intenciones– cualquier manifestación, por absurda que sea (recordemos la “Línea blanca sobre fondo blanco”), puede pasar por arte. De ahí que el siglo XX sea, en este rubro, un verdadero caos donde conviven genialidad y esnobismo. Pero sigamos a la genialidad.



Richter
Hay un pintor alemán, cuya técnica perfecta reivindica al arte moderno. Se trata de Gerhard Richter, nacido en 1932 (hasta donde sé, sigue vivo). Sus trazos son tan precisos como una fotografía. Es más, su estilo se conoce como foto-realismo. Pinta lo que el ojo ve, con una maestría muy difícil de superar. Se trata de un hiperrealista. Pero no por ello sus cuadros dejan de ser fantásticos. Observen este desnudo: es tan real y al mismo tiempo tan fantasmal. ¡Maravilla de los sentidos! 




Como encore les envío otra obra, de este mismo pintor, aún más real, si tal cosa es posible. Se trata de
Betty, la hija del maestro, retrato que rompe totalmente con la tradición del género (el rostro de la muchacha ni siquiera lo vemos, aunque su presencia es más real que si la viéramos caminando en la calle). Algunos han negado que se trata de un retrato, como si sólo los rostros fueran susceptibles de ser retratados; como si el rostro fuera la única fuente del carácter y la personalidad. Por eso este cuadro es tan notable. Se trata de óleo sobre tela, y la obra está fechada en 1988. Desgraciadamente no está exhibida en museos, pues pertenece a la colección privada del maestro, de modo que nos tendremos que conformar con el “Art Book” de Phaidon.





En fin, son dos obras tan reales como fantásticas.
Estoy seguro que los disfrutarán.


VENUS 

lunes, 7 de marzo de 2011

No. 50 A que nadie adivina lo que hay en este cuadro. Magritte: el "giro copernicano" en la pintura.

Título: Lo engañoso de las imágenes.


Autor: René Magritte (belga. n. Lessines, 1898. m. Bruselas, 1967)
Fecha de composición: 1929.
Dimensiones: 60 x 81 cm.
Residencia: Los Angeles County Museum of Art.



Estimados amigos:

En esta ocasión les envío un cuadro de Magritte. Se trata, al parecer, de un pipa. Sin embargo, una leyenda expresa con claridad:
Ceci n’est pas une pipe (esto no es una pipa). Si no se trata de una pipa, entonces ¿qué es?



Me gustaría, si me lo permiten, hacer una especie de juego con ustedes. Observen el cuadro y traten de averiguar qué es. El propio Magritte les advierte que no es -como a todas luces parece ser- una pipa. No obstante, el 100% de la gente que pasa desapercibida la leyenda de inmediato dice: ¡vaya, se trata de una pipa! Pero la verdad es que Magritte tiene razón. Lo que aparece en el cuadro no es una pipa. ¿Entonces qué es?

Sería muy interesante conocer sus opiniones [desde una perspectiva lúdica y de retroalimentación, claro está; y no porque yo quiera indagar sus conocimientos artísticos, lo cual sería ridículo de mi parte]. Así que, si no tienen inconveniente y disponen de unos minutos, envíenme sus interpretaciones. (A mis amigos filósofos, artistas e historiadores del arte les suplico que no vayan a “soplar” la respuesta, si es que la saben).

Les puedo adelantar dos pistas:

  • Primera: el cuadro lleva por título “Lo engañoso de las imágenes”.
  • Segunda: Recuerdan el “giro copernicano”. Nicolás Copérnico descubrió, en la primera mitad del siglo XVI, que la tierra no era el centro del universo, que era uno más de tantos planetas que giraban alrededor del sol. Ahora bien, esto pareció ridículo y hasta ingenuo, pues era más que obvio, para los hombres de esas épocas, que la tierra, de acuerdo con la cosmovisión imperante, era el centro del universo. Pero Copérnico tenía razón. Más tarde, a finales del siglo XVIII, Kant dio el “giro copernicano” a la filosofía. Hasta entonces se daba por hecho que había una “realidad” allá afuera, un “orden” que el intelecto podía conocer. Esto era claro y obvio. Pero Kant se preguntó no por la “realidad externa” que se puede conocer, sino cómo conoce la razón y cuáles son las condiciones y posibilidades del conocimiento; es decir, empezó al revés, por la facultad cognoscitiva. Se dio cuenta que el sujeto es quien da unidad al mundo, y no que dicha unidad pertenezca al mundo como algo suyo. Con esto, cambió radicalmente el curso de la filosofía. Finalmente, en lo que a artes plásticas se refiere, Magritte dio el “giro copernicano”. La concepción del arte cambió completamente, no sé si para bien o para mal, pero cambió.

Quedo en espera de sus valiosas opiniones.

Reciban todos un fuerte abrazo.


VENUS

martes, 1 de marzo de 2011

No. 49. Terrible Sátira de Bacon a Velázquez. Dos pontífices parodiados.

Obra 1.



Título: Retrato del Papa Inocencio X.
Autor: Diego de Silva y Velázquez (Español. n. Sevilla, 1590; m. Madrid, 1660).
Fecha de composición: 1650.
Dimensiones: 139 x 115 cm.
Lugar de Residencia: Galleria Doria-Pamphili, Roma.


Obra 2.
Título: Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Velázquez.
Autor: Francis Bacon (Inglés. n. Dublín, 1909; m. Madrid, 1992).
Fecha de composición: 1953.
Dimensiones: 153 x 118 cm.
Lugar de Residencia: Des Moines Art Center, Iowa.

Queridos amigos:

Hoy tenemos un envío especial, porque no es una obra la que les ofrezco, sino dos. Dos obras que están estrechamente relacionadas; una es sátira de la otra. Se trata del
Retrato del Papa Inocencio X, de Diego Velázquez, pintado en 1650, y del Estudio siguiendo el Retrato del Papa Inocencio X, de Valázquez, de Francis Bacon, obra creada en 1953. El título en inglés de esta segunda obra evitará cualquier confusión: Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X.

Más de trescientos años separan estas creaciones. No son simples retratos de un mismo Papa, sino narrativas detalladas de dos épocas: el barroco del XVII y la posmodernidad de nuestros días. Se trata de un pintor español (quizá el artista más universal que ha dado la península ibérica) y de un pintor inglés obsesionado por la distorsión (homónimo del gran filósofo inglés y del personaje principal de la novela
“En busca de Klingsor”, de Volpi). El barroco fue la era de la razón; el siglo XX constituye la apoteosis de la destrucción y de la muerte. El cuadro de Velázquez es una obra maestra del retrato; la pintura de Bacon es una obra maestra de la sátira. ¿Qué nos expresan estos dos cuadros? Aquí el Papa es lo de menos (podría ser cualquier pontífice): realidad y parodia, o tal vez razón y locura, o equilibrio y desorden, belleza y fealdad, majestad y vileza, libertad (fe) y esclavitud (fanatismo); o quizá el orden universal contrapuesto al caos; o la vida y la muerte. No sé.





Y si la cuestión de la identidad del pontífice realmente fuera importante, ¿no se tratará de Pío XII (1953)? Hagan zoom-in en el rostro del papa de Bacon. ¿No parece que la figura usa anteojos? Si esto es cierto, entonces la alusión al papa Pacelli es directa. No dudo que en el Vaticano se hayan expresado palabras de desaprobación ante la obra del artista inglés, dada la mala reputación del pontífice romano (que dicha reputación hubiese sido justa o injusta es una cuestión que yo no puedo juzgar). Es necesario decir que a ambos papas les tocaron tiempos violentos: a Inocencio la Guerra de los Treinta años (tremendo conflicto religioso de envergadura internacional), a Pío la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de los dos jerarcas salió bien parado de semejantes conflagraciones. Pero no es mi deseo comentar sobre las controvertidas vidas de estos dos jefes de la Santa Iglesia Católica Romana (especialmente la del segundo). Digamos que uno de ellos tenía la vocación del arte, cosa común –gracias a Dios– entre los papas del renacimiento y del barroco, y un sincero afán para combatir la herejía; y que el otro no pudo ver con claridad el genocidio de los nazis (o tal vez sí lo vio, pero la prudencia le prescribió no actuar enérgicamente para no empeorar las cosas; vaya, lo que quiero decir es que no es fácil para nadie, ni siquiera para el Vicario de Cristo, vérselas con nazis, comunistas y fascistas).

Pero volvamos a los cuadros.

El papa de Velázquez es una obra de la más alta calidad artística, producto de una técnica perfecta y de un dominio total del arte. La mirada majestuosa del pontífice (quien, por cierto, se parece al actor norteamericano Gene Hackman) no nos remite a un siervo de Cristo, sino a un príncipe en toda la extensión de la palabra. La dignidad y nobleza del personaje están fuera de toda duda. En la mano sostiene un papel. Quizá es una alusión a la condena que poco tiempo después (1653) Inocencio formularía en contra de los jansenistas. En todo caso, en la mano tiene el poder de decir qué compagina con Cristo (ortodoxia) y qué discrepa (herejía).

Sus ropajes rojo y blanco, ciertamente comunes en los altos prelados, podrían aludir muy sutilmente a la ruptura del cristianismo. La mirada de Inocencio es severa, escrutadora, llena de virilidad y gallardía. ¿Es la Iglesia que ha resuelto mantenerse fiel a sí misma y no ceder un ápice ante los protestantes, a pesar de que ello implique la destrucción de la cristiandad? El rojo es sangre, el blanco pureza. ¿De qué color es la Iglesia de Cristo? ¿O acaso el pontífice se ve obligado a intervenir en los asuntos mundanos, de tal suerte que a veces es necesario mancharse las manos, situación que debe ser purgada o purificada de inmediato? La entrega pasada Caravaggio nos mostró un Cristo desnudo y flagelado, humillado e indigente. Ahora vemos a su representante como poderoso monarca. Pero, ¿cuál es la esencia del cristianismo?




El papa de Bacon es un fantasma con aspecto de cadáver. No parece estar sentado a sus anchas como el papa de Velázquez, sino más bien parece estar aprisionado por una estrambótica estructura tubular. Es la imagen que transmite el horror del ejecutado en la silla eléctrica. ¿O será una alusión a la mujer del Apocalipsis, aquella que viste de púrpura y monta a la bestia? No quiero ni pensar en la interpretación protestante radical de ese pasaje bíblico, que para muchos católicos sería una monstruosa blasfemia. En fin, la sátira es la forma más característica del arte de nuestros tiempos. ¿Por qué? Ya que la sátira pone sobre la mesa la violación del orden moral, y toda vez que se sirve de la hipérbole en su discurso narrativo, el resultado es lo grotesco. Si examinamos el arte del siglo XX comprenderemos por qué es a veces tan deprimente y crudo. El material que nos ofrece el totalitarismo y la destrucción de la guerra como hechos que violentan el orden moral es de lo más adecuado para romper las formas bellas y transformarlas en lo ridículo y en lo grotesco. La sátira es el exceso, y todo exceso rompe la armonía. La ausencia de armonía es lo que yo llamo fealdad. Por eso Bacon no sólo parodia al papa y a Velázquez, sino que describe nuestros tiempos.

Tenemos, pues, dos visiones de un mismo objeto. Sé que se trata de dos obras distintas, pertenecientes a diversos períodos, y por tanto no susceptibles de ser comparadas; aún así, yo me quedo con Velázquez. De cualquier forma, Bacon dio lugar a comparaciones. Sabía muy bien lo que hacía, y tomó el riesgo.

Disfruten estas espléndidas obras y reciban un afectuoso saludo.


Saludos a todos.
VenuS ReX